Cuando Gregor Samsa despertó una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Esa misma mañana fue incapaz de recordar algo sobre su pasada vida, algún dato o vivencia que le llevara a comprender el por qué de esa apariencia incontrolable y tan detestable a ojos de los demás. Lo único que recordaba eran las dos últimas semanas anteriores a su transformación que componían un papel primordial en su circuito neuronal, o al menos eso era lo que creía el joven Gregor.
Debido al sueño intranquilo que le acechó esa misma noche por cortesía de Morfeo, se desveló en mitad de la madrugada y, en el silencio, pudo notar cómo estaba tendido sobre un sólido y firme caparazón que le rodeaba completamente y del cual no se podía desprender pese a los numerosos intentos realizados y fallidos. Su primer pensamiento al abrir los ojos y contemplar la oscuridad repartida por la pequeña habitación en la que se encontraba, fue que aún seguía durmiendo, que había despertado de la horrible pesadilla y que en ese momento se hallaba dentro de otra. Pero no fue así.
Gregor en lo más profundo de su interior notaba que algo extraño había ocurrido, sabía que a partir de ese día nada volvería a ser igual. Sin embargo, no lo quería aceptar. Necesitaba intentar descifrar un por qué, ansiaba llegar a una conclusión, pero lo que sin duda más deseaba en ese preciso momento era poder conocer qué hora era. Para ello, alzó una de sus pequeñas patas en las que se supone que estaría el reloj, un reloj que siempre llevaba en su mano izquierda. Lo que no imaginó fue que debido al disminuido grosor de su pata comparado frente al grosor de su anterior brazo, el reloj había caído al suelo. La situación le llenó de ira, comenzó a desesperarse y a sentirse incómodo, por lo que decidió levantarse de esa cama en la que se encontraba postrado como si de un Jesucristo crucificado se tratase.
Comprendió que le iba a ser casi imposible el elevarse para ponerse en pie de la misma forma en la que lo había hecho hasta el momento según sus recuerdos, así que se balanceó de un lado a otro como buenamente pudo hasta que cayó al suelo cual gato en pie, pero a seis patas. Causó un gran estrépito con su caída y para su sorpresa, no se sentía nada incómodo en esa postura, de hecho alcanzó a ver que el reloj marcaba las cuatro y media de la madrugada. En ese mismo instante sació su curiosidad y, acurrucándose en el suelo, se paró a analizar los breves recuerdos de las dos últimas semanas que vagaban solitariamente por su cabeza.
Trató de encontrar alguna pista para explicarse a sí mismo el inesperado cambio, Gregor pensaba que la clave para descifrar el misterio era descomponer los recuerdos, sin embargo, su vida no era para nada interesante, era demasiado monótona, seguía una rutina: trabajo - casa - casa - trabajo. No encontró nada en ellos, eran tan absurdos e inválidos para su investigación que no pudo evitar cuestionarse un "para qué", ¿para qué le servían y por qué los mantenía? Como no pudo más con el estrés, decidió regresar a su cama y trepando hacia ella se tendió con la esperanza de que despertaría de aquella segunda e inexistente pesadilla al amanecer.
El estrépito que causó el primer contacto con el suelo que tuvo Gregor tras su transformación, dio lugar a que su hermana, Grete, se desvelara de un susto -ya que su habitación se encontraba al otro lado de la pared-. Casualmente esa noche se había ido la luz por lo que encendió el candelabro de su habitación y se acercó hacia la puerta de su hermano.
«¿Gregor?», preguntó somnolienta. «¿Gregor estás ahí?»
Pero no obtuvo respuesta.
«Gregorio no me ignores.», insistió. «Abre esa puerta.»
Gregor -que estaba a punto de alcanzar el sueño- se sobresaltó al oír los susurros que enervadamente se oían desde al otro lado de su puerta.
«¿Qué es lo que ocurr...?», Gregor inmediatamente dejó de hablar sin acabar la pregunta. Intentó asimilar el sonido que acababa de oír salir del interior su boca. «Esta no es mi voz», pensó.
«¡¿GRETE?!», gritó asustado.
Mientras tanto su hermana, que a duras penas le había escuchado en la primera pregunta, se acercó un poco más a la puerta para ver si le podía entender mejor justo en el momento en el que Gregor vociferó, y ésta, al oír el estruendo y alargado "cri cri", se alejó rápidamente de la puerta para regresar a su cuarto pensando que su hermano se estaba burlando de ella.
Gregor continuaba temeroso del nuevo tono de voz que componían sus cuerdas vocales. Quería volverse a escuchar. Observó el reloj y vio que eran las seis menos cuarto de la mañana, «el tiempo está pasando demasiado rápido», pensó «será mejor que descanse lo más posible antes de que me suene la alarma para regresar al trabajo.» Y así lo hizo.
La alarma sonó.
Y sonó.
Y volvió a sonar.
No es que Gregor no la escuchara, es que no conseguía apagarla con su nueva forma, casi le costó la vida alcanzar el móvil con sus numerosas patas, se dio cuenta de que era imposible. Se atrevió a intentar apagarla con una de sus antenas, pero el móvil resultó ser táctil, solamente un humano podría darle a "descartar", su esfuerzo era inútil.
La madre de Gregor se limitó a meterle prisa para que se levantara y a comentarle que llegaría tarde si no se apresuraba para ir a la estación. Una hora y media después, la madre -completamente ignorada por su hijo debido a que este poseía la creencia de que le aterrorizaría el sonido de su voz a su más querida familiar- contactó con su marido, que acababa de llegar de darle a la criada la orden de realizar un desayuno concreto, para darle la noticia de que Gregor se les estaba rebelando, o así lo veía ella.
El señor Samsa, ante esto, se acercó a la habitación y elevó su grave voz.
«Tienes dos segundos para salir de ahí.», advirtió.
En ese instante sólo se oyó el sonido de un plato roto que Anna, la criada de pelirrojas trenzas , dejó caer por el grito inesperado. Gregor no sabía si contestar o no. La duda le amargaba. Por un lado deseaba explicarse, pero por otro tenía claro que lo iban a repudiar -ya que consiguió un espejo en el que poder verse-.
Grete, ante tanto alboroto, apareció de entre las sombras y le pidió al padre que se tranquilizara.
«Deberías de llamar a su jefe y decirle que no se encuentra en condiciones de ir.» intentó mediar la hermana. «Estupideces. Un día perdido es un día sin sueldo y un día sin sueldo es un día más para tardar en saldar la deuda», resaltó el señor Samsa.
«¡Déjale! Si está enfermo es una tontería que gaste su tiempo en ir porque lo único que hará será estorbar» replicó Grete.
Mientras tanto Gregor se esforzaba en abrir la ventana de su habitación para escapar de aquél albedrío.
«¿Quieres ir tú por él a trabajar, niña consentida?», contestó enervado el padre ante la situación.
«Que yo tenga entendido la deuda es tuya, no de Gregor, ni mía, ni de mamá. Ve tú.» le reprochó sin remordimientos.
Repentinamente sonó el timbre y la criada acudió a abrir. Resultó ser el acomodador, pero no venía solo, a su derecha se encontraba el propio jefe de Gregor Samsa junto su hija, Susan. Para Gregor era imposible abrir la ventana que tanto deseaba, por lo que decidió hacerles un poco de caso a sus padres al escuchar la llegada del acomodador.
El padre de Gregor, ante la visita inesperada de su antiguo jefe, rebajó sus humos e intentó controlar su ira, la situación le superaba, el desayuno se enfriaba, la madre se fatigaba, y la hermana se arreglaba, para causar una buena impresión ante los repentinos invitados.
La hija del jefe no se trataba nada más y nada menos que de la misma cajera de la tienda de sombreros a la que un día había cortejado muy lentamente el propio Gregor Samsa. Ignorante de que su presa era familia de su respetado jefe, se lanzó a enamorarla y cumplió su objetivo, objetivo que Samsa no tenía muy claro de haber logrado aunque así lo fuera. Sin embargo ella, sabía perfectamente quién era Gregor, conocía su trabajo y conocía a su familia. Conocía todo lo que él no se había preocupado por conocer de ella.
Cuando llegaron hasta el cuarto de Gregor, el padre les explicó que se negaba a abrir la puerta por un motivo que hasta ellos mismos desconocían, razón por la cual el jefe muy pacientemente ordenó al acomodador a ir a por un cerrajero mientras que Grete, obligada por el padre, se encargaría de traer a casa al médico de la familia, un médico rural.
El señor Samsa y su antiguo jefe conversaron durante media hora a la vez que la señora Samsa y Susan, cuando súbitamente regresó el acomodador con una llave universal de esa casa que el joven Gregor un día le proporcionó.
«¿Dónde te has dejado al cerrajero?» preguntó el jefe.
«Tengo algo mejor.», decía mientras presumía de la llave.
No llegaron a esperar a Grete cuando abrieron la puerta que desveló el secreto que tantas horas llevaba Gregor ocultando. Se produjo un silencio. La criada, que volvía de realizar palomitas para los invitados, al ver a tan gran silueta observándola fijamente, dejó caer el recipiente con las palomitas, su torpeza no brillaba por su ausencia, sino por su presencia. El marido de la señora Samsa, le echó una mirada fulminante de odio por haber roto algo más de la vajilla. La criada no reaccionó. El jefe de Gregor se quedó estupefacto junto a su hija durante unos cuatro minutos. El acomodador huyó encontrándose a la salida con Grete y con el médico que regresaban en unos preciosos caballos negros prestados por un buen ciudadano al cual le gustaba morder. La madre se desmayó. El padre la reanimó. Y de repente, cuando el médico y Grete consiguieron subir las escaleras, el jefe le lanzó una mirada de complicidad a su hija y le cuestionó: «¿Qué te parece, Susan, es este el chico del que tanto me has hablado?»
Gregor no entendía nada. No asimilaba que su jefe y que la cajera de aquella tienda de sombreros a la que tanto había cortejado eran padre e hija, y mucho menos asimilaba que ella, precisamente ella, le haya hablado de él a su padre.
«¿Chico? Este es un asqueroso bicho repugnante» indicó ella.
Gregor la miró mal.
«No, no me has entendido corazón. Te he preguntado que qué te parece» volvió a cuestionar el jefe.
Susan se quedó unos minutos pensando detenidamente su respuesta hasta que de buenas a primeras resolvió mientras miraba felizmente a Gregor: «no estoy segura, padre, tú que opinas... ¿cucaracha o escarabajo?»
Tanto la madre, como la hermana y el padre se quedaron boquiabiertos, ellos tampoco comprendían que no les sorprendiera la forma en la que Gregor se encontraba ya que tanto Grete como la madre sintieron asco mientras que el padre no era capaz de aceptar la realidad, no era capaz de aceptar que Gregor tuvo un inaprensible cambio.
«Mmm...» pensaba el jefe mientras se acariciaba la barba. «A simple vista diría que es una cucaracha voladora puesto que tiene unas alas ahí ocultas» añadió.
«Patética reflexión, padre» respondió Susan convencida.
«¿Patética? Dime, ¿en qué te basas para juzgar tan desconsideradamente mi opinión?» le preguntó con aires de indignado.
«Pues mi querido padre, mis argumentos se basan en que las cucarachas son más planas que redondas, y el aquí presente insecto enamorado, es cualquier cosa menos plano» justificó decidida.
Gregor no lo podía creer, le estaban llamando gordo en su propia cara.
«¡PERO ES DE COLOR MARRÓN!» insistió el jefe.
«Acéptalo papá, has vuelto a perder. Una similitud no le da mil vueltas a infinitas diferencias» alardeó la hija.
«Yo nunca pierdo, y menos contra ti» respondió el jefe a su hija estresado por la derrota.
«Acabas de hacerlo, asimílalo y no me hagas reír» decía mientras fanfarroneaba por su victoria.
«¡¡¡YA BASTA!!!» se escuchó bajo las escaleras «ESTÁIS TODOS LOCOS, TODOS LOCOS.»
Efectivamente, la criada reaccionó, tarde, pero reaccionó. Le parecía absurda la situación, unos tan tranquilos y otros tan aterrorizados sin reaccionar. «¡¡Dimito!!» decía mientras se alejaba con los caballos que al médico tanto le habían costado conseguir.
En ese momento la familia de Gregor volvió en sí y se centró en preguntarle al médico -que llevaba ahí más de media hora esperando a que le dieran trabajo viendo la situación- que qué era lo que había ocurrido con su hijo.
«Que es un escarabajo, ¿no lo ves?» interrumpió Susan.
«Cállate» le cortó Grete.
«¿Perdona? ¿Me estás mandado a callar, tú?» contestó.
«No te perdono. ¿Quién más si no te mandaría a guardar silencio en un momento como este?» dijo mientras la miraba de arriba a abajo.
«¡Parad ya las dos!» explotó la madre de Gregor tan brujamente dando un puñetazo a la pared que las dos se callaron al instante. «Doctor explíquenos usted, por favor...» suplicó ansiosa.
Y el médico comenzó: «A ver...este señor...» e inmediatamente paró su tesis por culpa de Grete que le volvió a interrumpir inconscientemente al proporcionarle una silla tan rápidamente que desapareció de la sala asustada por la futura reacción negativa de su madre hacia ella.
«Este señor no está enfermo» continuó «pero os puedo hacer una receta...» El doctor veía en los ojos de Gregor que deseaba antes morir que permanecer en esa forma durante el resto de su vida, sin embargo, hizo caso omiso a su mirada deslumbrante llena de hastío, ya que a estas alturas, el joven Samsa no podía evadirse de una realidad que ya se había apoderado de todo su ser.
Los padres de Gregor veían como una sandez el hecho de que el doctor les hiciera una receta, pensaban que nada podría devolverle su forma humana y mucho menos una receta que les haría desperdiciar el dinero para conseguirla y dar lugar a que lo único que le provocara a Gregor fuera repugnancia. Así que el médico, se fue, se fue ofendido y molesto por haber perdido su tiempo, sus caballos y a su Rosa.
El jefe y su hija continuaban en el dilema del insecto en el que se había convertido Gregor cuando repentinamente el señor Samsa les pidió sutilmente que decidieran acerca de lo que iba a ocurrir con el futuro laboral de su hijo.
«Odio que me metan prisa en mis decisiones» dijo el jefe.
«Discúlpeme, pero yo odio esperar» le respondió el padre.
«Pues salga de la habitación» amenazó en respuesta a su indirecta.
«Salga usted de mi casa si no va a decidir nada acerca de la situación de mi hijo, ya que él no es objeto de entretenimiento para resolver sus tardes de aburrimiento y las de su hija» contestó bordemente el padre de Gregor.
El jefe lanzó una mirada de desprecio hacia el señor Samsa y, observándole fijamente a los ojos, le dijo: «Está bien. Ya lo he decidido. Déjeme comentarle un momento a solas a mi hija la decisión».
El padre de Gregor observó el panorama y teniendo en cuenta la mirada que le había echado el jefe, podría haber puesto en ese mismo instante una mano en el fuego por la creencia de que el futuro de su hijo estaba completamente destruido gracias a él.
Sin embargo, para su asombro, si lo hubiera hecho habría perdido uno de sus brazos porque se habría quemado completamente al oír la respuesta de su superior: «He decidido...» comenzó a explicarse el jefe «...que Gregor podrá realizar otro tipo de trabajos para la empresa, es una pena que no pueda realizar el viaje a Hawaii ya que recuerdo lo entusiasmado que estaba al contarme que en aquel viaje se podría volver a reencontrar con su abuela a la que llevaba tanto tiempo sin ver», y una vez que terminó de exponer el nuevo cargo que le habían asignado, sobre todo gracias a Susan, el jefe y su hija se marcharon.
La abuela de Gregor residía en Hawaii, nada más y nada menos, porque dejó su anterior vida atrás para perseguir al amor de su vida, algo que hizo durante su etapa de joven adulta tras divorciarse del padre de la madre de Gregor, era su abuela materna.
Ese día se convirtió en el día más largo de la familia Samsa. Pese a que Gregor ocupó un nuevo cargo en la empresa, era obvio que no podía ejercerlo con aquella forma, así que el padre acabó -al cabo de dos semanas- por dimitir en nombre de su hijo. Él mismo no ocupó el puesto de Gregor porque la antipatía que le caracterizaba hacia el jefe era exagerada y además su orgullo no se lo permitía por razones que sólo el señor Samsa conocía. Por esa razón, todos tuvieron la obligación de participar en el ahorro económico familiar.
Anna, la criada que se había despedido a sí misma porque no soportaba el horror podría haber sido la clave para no contratar a otra, no obstante, decidieron contratar a Elsa, una joven a la que le caracterizaba una rubia trenza y que se trataba de la hermana mayor de Anna a la que no le daban nada de fobia los insectos. Esta al ver a Gregor lo único que sintió fue compasión y una gran responsabilidad hacia él.
Pasado un mes y medio de la transformación la situación comenzó a agravarse, la única que se preocupaba y se encargaba de él no fue más que la criada. La hermana, Grete, tuvo que dejar su vida atrás de niña consentida que vive de su hermano y que la única preocupación que le acechaba en las mañanas era pensar en qué se iba a poner ese día. Encontró varios trabajos a tiempo parcial y los llevó a cabo, por lo cual no tenía apenas tiempo de cuidar al hermano que tanto había cuidado de ella a lo largo de su niñez y adolescencia. El padre -por su parte- rebuscó entre los ahorros de su hijo y encontró un pequeño cofre que guardaba entre las profundidades de su oscuro armario y que tenía envuelto alrededor de él un lacito rojo en el que estaba tallado el nombre de "Grete", ese dinero que tanto esfuerzo le había costado ahorrar, estaba dedicado específicamente para las futuras clases en el conservatorio que le iba a regalar a su hermana. Y el padre apoderándose de él lo usó, pero lo usó para pagar una parte de la deuda que lamentablemente no quedó saciada al completo. Grete nunca supo de esto y aunque lo hubiera sabido, le hubiera dedicado el mismo tiempo que hasta ahora le estaba proporcionando a su hermano, unos cinco minutos de cada noche y sólo para ver si -por arte de magia- había regresado a la normalidad.
El señor Samsa, una vez que gastó los ahorros, buscó un empleo que le absorbía la vida cada día más, sólo por no estar acostumbrado a trabajar después de tantos años de relax.
La señora Samsa, sentía la necesidad de cuidar de su hijo, pero el simple hecho de pensar en lo que le había ocurrido, le estremecía y le subía un escalofrío por todo el cuerpo que le impedía acercarse a aquella puerta aislada de las demás habitaciones -puesto que Grete se había mudado a la buhardilla-.
El caos inundó una mañana de septiembre la casa Samsa. La criada semanas atrás había caído enferma y durante todo ese tiempo nadie se hizo cargo de Gregor. La habitación tenía complejo de vertedero, era una completa pocilga desde que nadie la limpiaba. El que Gregor hubiera cambiado su alimentación y sólo se hubiera inclinado por los restos de comida que los demás dejaban, no significaba que pudiera vivir en el estercolero que había conquistado todas las esquinas de la sala ya que no se trataba de un poderoso y gran cerdo al que le gustase revolcarse entre el estiércol, él era un insecto al cual aún -pese a las especulaciones de Susan- no le habían asignado un papel en cualquier rama del árbol genealógico que componía la familia de insectos en general.
Esa mañana cuando Gregor despertó bajo el sofá, que había quedado solitariamente como la pieza fundamental en su cuarto, sintió que se asfixiaba, le faltaba el aire. La ventana estaba cerrada, la única que se la abría por las mañanas era la que se encontraba ausente debido a su enfermedad. Se arrastró por el suelo e intentó alcanzar la puerta entornada que daba acceso al pasillo y cuando consiguió plantarse justo en frente de ella se escuchó un tremendo sonido por las escaleras junto a un estrepitoso grito que causó un estruendo con el eco que provocó entre las paredes de aquella angustiosa casa.
«¿QUÉ HA PASADO?» gritó Gregor dando a relucir al mundo el maravilloso sonido expulsado desde sus más profundas e inexistentes cuerdas vocales que estresaban a todo aquel que las oyera.
Grete -que media hora antes llegó de trabajar- se asomó y vio a su madre yaciendo al final de las escaleras.
«¡MADRE!» expresaba dolorosamente mientras se acercaba a ella. «¿MADRE? ¡¡Responde!!» repetía una y otra vez mientras buscaba el teléfono para marcar el número de la ambulancia.
Gregor ante esto se asustó, salió a observar y se acercó amedrentando a la hermana por la espalda tanto que a ella se le escapó despreciativamente un «¡Largo bicho inmundo! ¡Sal de esta casa aborto de los infiernos! ¡Tú no eres mi Gregor! ¡¡Gregorio vuelve y acaba con este monstruoso insecto que ha invadido tu cuarto para acabar con la vida de todos tus familiares!! Ven, Gregor, vuelve y mira lo que esta cosa le ha hecho a mamá».
El padre que llegaba de su trabajo entró y se encontró con la impactante escena en la que Gregor ante los lamentos y quejidos de su hermana se colgó del techo sobresaltado y en la que la Grete culpaba insensible e injustamente al insecto del intento de "asesinato" de su madre.
El señor Samsa se acercó a su mujer y observó como tenía una gran brecha abierta en el cráneo, Grete se dirigió corriendo al cuarto de baño a vomitar por la cantidad de sangre que había presenciado. Mientras que el padre de Gregor, traumatizado con la situación y creyendo las injurias de su hija, se dirigió hacia su hijo y le dijo: «Tú no eres mi Gregor Samsa junior. Con lo que le has hecho hoy a tu madre, para mi, has muerto».
Grete volvió del baño y abrió la puerta para que la ambulancia pudiera trasladar a la madre mientras le comentaba a su padre que seguramente Gregor había causado todo ese tremendo alboroto debido a que lo estaban criando ya no en una habitación si no en un basurero. El señor Samsa vio lógica esta visión y decidió deshacerse del insecto que ya no veía como a un hijo si no como a una bestia salvaje que irrumpió en la habitación de Gregor una mañana tras despertar de un sueño intranquilo.
«No quería llegar a este punto... Pero hemos decidido darte la libertad, Gregor, te dejamos volar» decía el padre señalando a la puerta de la calle.
«No te preocupes por nosotros, estaremos bien. Venga, sal y extiende tus alas cual pajarillo emocionado por recién dejar su nido para indagar nuevos lugares» animaba Grete con asco.
«¿Mamá conoce acerca de la libertad que me estáis ofreciendo y casi obligando a aceptar?» preguntaba Gregor.
«Gregorio corazón, no te entendemos, ¿me entiendes tú a mi? Qué estupidez, cómo me vas a entender si eres sólo un insignificante insecto» expresó indiferentemente Grete.
Mientras tanto la madre se encontraba en el hospital con un estado de grave peligro por la enorme brecha abierta durante la desastrosa e inesperada caída.
«Grete, déjalo. Si no sale, ya se morirá en su habitación del asco. Yo no la pienso limpiar, ¿y tú?» preguntaba el señor Samsa a su hija.
«¿Yo? Podría... Pero la última vez que deseé limpiar alguna habitación de esta casa, mamá se me adelantó y me juré no volver a limpiar la suciedad que recorre entre las esquinas de esta respetable casa» contestaba Grete.
«No te voy a decir lo que eres al decirme eso...» lanzó una indirecta discreta hacia su hija el padre.
Gregor observaba pensando en salir o quedarse ahí, no tenía noticias de su madre y lo único que tenía claro era que su padre y su hermana no lo querían más dentro del habitáculo.
Grete miró al padre sin captar la indirecta y observó cómo Gregor salía por la puerta lentamente caminando hacia atrás.
«¡¡Mira padre!! Al fin se marcha» decía alegremente Grete.
«¡Espera, Gregor!» interrumpió el padre.
Gregor dejó de andar rotundamente.
«¡Acércate!» insistió el padre.
Gregor se acercó sorprendido.
«¡Grete! Ve a por el violín» le ordenó y casi obligó con la mirada el padre.
Grete se dirigió a coger su violín y cuestionó: «¿para qué se supone que me has hecho bajarlo, padre?».
«Toca aquella canción que tanto siempre nos has tocado cada noche tras cenar, mientras reposábamos tranquilamente para digerir bien los alimentos» suplicó el padre.
«¿Quieres que la toque por algún motivo en especial?» preguntó Grete.
«Por supuesto, es la canción de despedida que le vamos a dedicar a Gregor mientras camina lentamente hacia atrás, ya sabes, para hacer más dramático el momento» decía cruelmente el padre mientras soltaba una risa psicótica que la hija continuó tras silenciarse el señor Samsa.
Y una vez que la gracia se le fue, Grete, comenzó a tocar.
Elsa, que ya estaba completamente recuperada de su enfermedad, acudió a la casa en cuanto pudo por haber oído el accidente de su señora encontrándose con este momento tan tormentoso para Gregor. Y cuando se decidió a interrumpir la melodía que interpretaba Grete para darle su más sentido pésame al Señor Samsa y a su hija, Gregor reaccionó.
Ahora sí, reaccionó violentamente.
«¡¿Mamá ha muerto?! ¡¿HA MUERTO?!» bramó sin piedad.
Nadie le entendió y sin embargo todos se asustaron, incluso Elsa que era su mayor fan.
«¡¡CONTESTADME!!» expresó histérico.
«¡QUE NO TE ENTENDEMOS GREGORIO, SI ES QUE REALMENTE ERES GREGORIO!» soltó la hermana enfrentándose temerosa.
«No le llames Gregorio, es Gregor» le corrigió Elsa.
«¿Me vas a decir tú a mi cómo voy a llamar yo a este impostor insecto que se hace pasar por mi hermano?» contestó bordemente Grete.
Mientras se formaba otro absurdo conflicto, Gregor se abalanzó hacia el padre. «¡Yo no he sido, te lo juro!» se explicaba tristemente.
«¡¡Quita bicho!!» despreciaba el tacto con él su propio padre.
Elsa y Grete dejaron su conversación y observaron la ira que desprendía Gregor desde su interior.
«¡Habéis acabado con mi paciencia!» pensó en "voz" alta Gregor.
Elsa huyó.
Grete se escondió tras el padre y le preguntó: «¿es que mamá...ha muerto?».
A lo que el padre respondió: «Sí, hija sí» y comenzó a relatar la historia mientras que Gregor apartó su nervio para escuchar atentamente. «Tu madre ha muerto por el golpe que recibió en la cabeza en la mañana, hace unas horas me han confirmado su muerte ya que se encontraba en un estado grave. Según los médicos había una esperanza del 5% para su curación, sin embargo una doctora recién graduada me aseguró que no duraría mucho, y así fue».
Grete expresó una cara de horror.
Gregor no podía creerlo.
«P...Padre...» decía Grete entrecortada.
«Dime, ¿qué ocurre?» contestó.
«Fui yo» confesó Grete «yo fui la que empujó a mamá por las escaleras, no Gregor»
Gregor ya sí que no podía creerlo.
«¿Qué estás hablando? No digas sandeces» dijo con una sonrisa forzada que ocultaba el terror de tener una hija asesina a su lado.
«¡Pero no fue queriendo! Yo no quería que muriera...» intentaba justificarse.
«¿Estás diciendo la verdad?» preguntaba temeroso e histérico.
«Por supuesto, pero esa no era mi intención» volvía a su argumento.
«¿Cómo ocurrió todo?» ganaba tiempo el padre para pensar en cómo reprimir duramente a su hija sin que acabara él también rodando escaleras abajo.
«Pues verás...Todo fue porque yo le comenté a mamá que no quería a Gregor en casa y ella lo defendió a muerte, literalmente» declaró Grete con el sarcasmo que siempre le caracterizó.
Su padre le miró mal, desconfiando, pero se acercó a ella e intentó mostrarle un poco del afecto cariñoso que casi nunca le daba y le susurró al oído «no te culpes cariño, tú no has tenido la culpa».
Gregor, no soportaba la situación, el pensaba que ella había sido la culpable, que todo formaba parte de un pérfido plan para inculparle a él de su accidente -que ni ella misma pensaba que acabaría en muerte- y para que acabaran echándole de casa como hasta ahora había conseguido. El padre, fue a por algo de merendar para intentar evitar que su hija pensara en echarse la culpa, ya que en el fondo no lo quería aceptar y al repudiar a Gregor, también lo quería echar.
En ausencia del señor Samsa, Gregor aprovechó para vengar la muerte de su madre y atacó violentamente a su hermana Grete mientras vociferaba una y otra vez pese a que no le entendían: «¡después de todo lo que he hecho por ti y lo que me quedaba por hacer, eres cruel! ¡¿Cómo has podido?! ¡¡Asesina!!».
Y una de las diminutas pero robustas patas de Gregor se introdujo en el ojo de Grete apoderándose de él como si de un palillo de dientes atravesando a una aceituna se tratase. Grete gritó asustada como nunca antes había gritado en su vida. Al no ver avanzó corriendo hacia atrás e intentó huir del insecto que acabaría con su vida minutos antes de que se tropezara con el primer escalón de la casa y golpeándose con el filo de la barandilla.
El padre regresó con dos manzanas y halló a su hija tendida en el suelo, cerca de las escaleras, al igual que su difunta mujer. «¡¿Qué le has hecho animal?!» gritó traumatizado.
«Se llama justicia, padre» respondía vanamente Gregor.
Y el señor Samsa ante esta situación persiguió durante una breve media hora a Gregor por todo el barrio, ya que consiguió salir de aquella casa que parecía estar maldita. El padre, locamente, comenzó a arrojar la primera manzana que era la que le iba a ofrecer a su hija antes de morir, pero falló al darle a la ventana de una casa vecina en los alrededores. El segundo intento fue el definitivo, el que más rencor presentaba y a su vez, el que más lanzó con puntería. La manzana alcanzó a darle en la esquina inferior derecha de su duro caparazón y se esparció por mitad de la carretera un espeso líquido transparente que brotaba a borbotones desde su interior. Se estaba desintegrando en la carretera, Gregor, vio su vida pasar, recordó absolutamente todo lo que no recordaba al despertar aquella mañana en la que se transformó, y a los pocos minutos perdió la vida felizmente por haber vengado la muerte de su madre, a la que tanto adoraba.
Por su parte, el padre fue encarcelado debido a que le acarrearon la culpa de la muerte de su hija, no obstante, tuvo que cargar con la conciencia intranquila por haber asesinado a su propio hijo y a su vez fue tachado de asesino por todos y cada uno de sus más allegados. Entre la vecindad se rumoreaba que él había sido el verdadero causante de la muerte de su esposa a la misma vez que la muerte de sus dos hijos, Grete y Gregor, del que daban por muerto al tampoco saber absolutamente nada de él debido al aislamiento que mantuvo en su habitación durante meses. Los rumores que Elsa extendió por el vecindario -para colmo del señor Samsa que aún no había tenido suficiente- fueron que además de asesino era un acosador que se intentó propasar con ella en numerosas ocasiones.
Toda esta situación superó la paciencia
Que el señor Samsa contenía
Mientras que su conciencia
Al suicidio le inducía.
Y concluyendo su huida
Un 25 de diciembre,
Formando como despedida
Una oración bimembre,
Acabó con su vida.
"Hasta aquí yo he llegado,
Pero vuestra presión
No la he soportado".