lunes, 11 de mayo de 2015

Lunes, once de mayo de dos mil quince.

Querido Tom, hoy hemos cerrado otro capitulo más en la historia nuestra vida. Tal vez te preguntes por qué hoy, precisamente hoy, lunes once de mayo de dos mil quince te estoy escribiendo todo esto, pues bien, 
es simple: no existe un por qué.
Contigo hemos concluido un largo curso en apariencia pero ameno en vivencia, desde los más profundos y rebuscados adulterios, pasando por el inevitable camino del control del destino que nunca llegaremos a tener, recorriendo las sendas de la naturaleza de la mano de nuestro joven Werther, hasta el punto de llegar a las profundidades en las que se cae por la adicción al juego y a la ruleta junto a nuestro amigo Alexis, no sin después realizar un largo y encantador paseo por París interpretando el papel de flâneur (sí "papel", para que me entiendas, ya sabes, mi apreciado Tom,  siento decírtelo pero nadie mejor que yo podría haber interpretado ese papel. Ni siquiera tú, que pese a tu excelente actuación sobre la persona de Dickie, estoy segura de que no aguantarías ni por tan sólo un instante la tentación de acabar con la vida de aquél pobre señor que se encuentra sentado sobre el antiguo banco de la pequeña plaza contemplando el pasar de los numerosos parisienses que componen París mientras se encarga de alimentar a todas las palomas que se postran en su suelo). 
¿Y cuál es el mejor remedio para descansar tras un largo, entretenido e intenso paseo por toda la ciudad? Pues verás: dejar de trabajar. Aunque qué sabrás tú de trabajo si te tocó la lotería aquella noche en la que el señor Greenleaf te acechó para pedirte el favor de traer de vuelta a los Estados Unidos a su hijo Dickie... No obstante, ¿qué mejor manera para dejar de trabajar -te preguntarás en el hipotético caso de que lo hicieras- he de utilizar? Nada más y nada menos que rezar para que el destino y la vida te decidan transformar en un monstruoso insecto que te consiga alejar hasta de tu jefe el cual probablemente se plantee enviar a un especial acomodador para comprobar si todas tus excusas son ciertas, y el cual al verte y no creerte saliera por patas (las mismas que él no tiene y que tú, si) de tu gran, lujosa y poco acogedora casa...
Entiendo que el hecho de convertirte en insecto no sea uno de tus más preciados deseos, todo lo contrario, acabarías aún más desintegrado de la sociedad y el haber asesinado a Dickie te sería en vano, además ¿cómo podrías poner en marcha otro crimen junto a tu nuevo aspecto? Te sería casi imposible, pero ya te las arreglarías tu solito para cometerlo y no me cabe la menor duda de ello.
Tom, realmente no se si esto es un adiós o un hasta luego, no lo sé. Le he preguntado a Julieta pero la pobre está triste por su Romeo y no puede entrar a razonar debidamente la situación. Me ha mandado a preguntar a las chicas del Decamerón, sin embargo no creo que sus opiniones me sean de mucha ayuda por lo que recurriré a mi gran amigo Werther. Otro emo más con el que me dedicaría a pasear bajo los grandes tilos que dan sombra a la calle mientras nos contamos nuestras penas, pero piénsalo, Tom... seríamos un peligro, acabaríamos planeando un viaje (y no en barca) en el que decidiríamos dispararnos el uno al otro por el asco de realidad, una realidad que nos ha absorbido y que no hemos conseguido evadir cual Baudelaire pese al intento. 
"Sal a jugar, reúnete con Alexis y la babulinka de Polina, con ellos estarás a salvo, pero claro, sólo si con "a salvo" te refieres a dejarte hundir en la miseria tras perderlo todo, absolutamente todo lo poco que te queda sin esperar un milagro". Venga ya, Tom... ¿Cómo puedes decirme eso? Que tú no seas capaz de sentir nada, no significa que los demás no tengamos sentimientos, no me arrojes a mi propia perdición, no acabes con lo poco que queda de mi. 
Visto el panorama... Creo que sólo me queda convertirme en un monstruoso insecto -si es que no lo soy ya-, o seguir todas tus acciones, paso por paso. 
Dime Tom, ven y aclárame la respuesta, qué es mejor: ¿ser destruido o destruir?
Espera. No hace falta que digas nada más.
Ni siquiera te esfuerces en pensar el argumento para tu evidente respuesta.
Ya que con tus últimas acciones me has respondido.
Y con tu mirada me lo has ratificado.


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