domingo, 26 de octubre de 2014

La maldición.

La historia se ambienta cerca de un manicomio prácticamente abandonado, pero al que aún le seguían dando uso, a las afueras de Villa Verona. A sus alrededores vivía una modesta familia de la cual decían que su apellido era perseguido por una gran maldición. La maldición de la infidelidad. La infidelidad por parte del cónyuge de todo aquel que lo poseyera. Leonardo Iglesias -junto a sus padres anteriormente divorciados- sabía perfectamente desde pequeño lo que el vecindario comentaba acerca de su futuro y lo que su apellido supondría, pero nunca quiso creerlo. Él siempre fue muy creyente en el ámbito de la religión e irónicamente todos los domingos iba a la iglesia, de hecho, formaba parte de una de las cofradías de su pequeña villa. Era un amante de los perros y un obseso por las chicas menores de dieciséis años, a esa edad fue cuando conoció a su amada esposa la cual creía ser inalcanzable para él puesto que ella era atea. Idalia Rey, una impulsora de numerosas esencias de fragancias no muy conocidas que tenía un gran complejo de escritora y dibujante fracasada puesto que ésta siempre quiso ser conocida mundial. Su fracaso se debió a la falta de vocabulario y al empleo de expresiones pueblerinas con excesos de polisíndeton. Leonardo se enamoró ciegamente de Idalia, su relación pasó por diversas fases, comenzó con el acoso por parte de Leonardo, la seguía a todas partes sin que le viera, guardaba miles de fotos sobre ella de las cuales es mejor no pensar lo que hacía en la soledad de su oscura habitación. Hasta que un día coincidió con ella en clase de filosofía debatiendo sobre la existencia de Dios, ella en contra y él a favor. A raíz de este debate surgió un gran y profundo odio por parte de Idalia hacia Leonardo, este debate -ganado por Leonardo puesto que la mayoría de la clase era creyente por aquel entonces- dejó en ridículo y sin argumentos a Idalia, todo el mundo la despreciaba y eso, sería algo que ella nunca le perdonaría. Con el objetivo de vengarse y al descubrir las intenciones ocultas de pasión y deseo hacia ella nacidas en Leonardo, decidió hacerle sufrir pero sin que este lo notara hasta que ya fuera demasiado tarde. Así que comenzaron su relación, quedándose ésta embarazada de él tras estar dos años aguantando al insufrible de su marido que una vez casado con ella y deduciendo las intenciones de venganza que presenciaba la mujer, mostró al mundo cierto repudio hacia Alexandra -la hija que iban a tener-, junto a su lado más celoso.
Leonardo solía ser, un ser pacífico y nada rencoroso hasta que se vio alejado de su pasión por la religión; una vez casado con Idalia, los domingos para el ya no eran lo que eran, por no mencionar que se casaron por lo civil. Fue un golpe bajo para Leonardo que siempre había soñado con una gran boda en la Iglesia a la que solía frecuentar -cual sueño de chica disney adolescente-, toda esta situación lo dejó trastocado y le llevó a dejar la cofradía a la que perteneció durante su niñez. Comenzó a desempeñar su oficio como pastelero pero a pesar de que le encantaba su trabajo siempre echó en falta lo que le había arrebatado el matrimonio, la religión. A sus diecinueve años Idalia no aguantó más y decidió ir al psicólogo para alejarse de sus pensamientos vengativos y rencorosos -puesto que ya nacida la niña, le nació un gran sentimiento profundo de madre-, donde conocería a su mejor amiga Isaura Galindo, efectivamente, su psicóloga. Años después de esta larga amistad, a Idalia se le olvidó todo el rencor y el odio que nació en su día hacia Leonardo, pero este a pesar de amarla tanto, no podía evitar el hecho de pensar que ella seguía con ese ansia de venganza y decidió darle donde más le dolía, su hija. No le importaba el hecho de que fuera su propia sangre y la chica –inocentemente- una mañana accedió a ir con su padre a la pastelería, para -según Leonardo- “hacer un pastel” mientras le mostraba a un “pequeño gatito” que habitaba por el barrio del local. Pero no llegó a ocurrir nada debido a que inoportunamente apareció Saverio Galindo, hermano de Isaura, el cual pasaba por allí para comprar una tarta de queso acompañada de unos cuantos pastelitos sueltos en una pequeña cajita aparte. Alexandra amaba la tarta de queso y comenzó una conversación con Saverio contándole que su padre quería hacer pasteles con ella a la vez que le presentaba a su gato, el cual, no tenía nombre. Saverio no era tan inocente como la chica, sabía las intenciones ocultas que pretendía el pastelero, y puesto que era amante de los gatos le pidió a Leonardo que le presentara al gatito también. Obviamente se negó y tras una larga charla de reflexión entre Saverio y Leonardo, que no llegó a oídos de Alexandra, decidió abandonar todo ese afán de hacer sufrir a su mujer volviendo al hábito de la religión ya que aunque esta no estuviera conforme, tendría que acabar aceptándolo.
Apareció en Saverio un sentimiento de asco hacia Leonardo a pesar de haberlo hecho entrar en razón y al conocer a través de su hermana a Idalia, decidió comentarle acerca de lo que su querido esposo pensaba hacerle a su hija; y la mujer, que ya había superado todo el odio que sentía hacia su marido, se sintió absolutamente patética y enfadada consigo misma por abandonar esos sentimientos y crear otros a favor de él. Por ello, junto a Saverio que aprovechó la ocasión de debilidad por parte de Idalia y la atracción mutua que sentían el uno al otro, decidieron vengarse juntos de Leonardo. Comenzaron una oculta relación -todo esto a espaldas de su mejor amiga Isaura- que cada día ocultaban menos incitando así, a que los celos del esposo salieran a flote cualquier día. 
 

Leonardo: ¿A dónde vas, te dejas aquí a Alexandra?
Idalia: Voy a pasar la noche en casa de Isaura, y te recuerdo que hoy te tocaba a ti llevar a la niña a todas sus actividades extraescolares.
Leonardo: Oh, es cierto. ¿Qué vais a hacer? ¿Vais a salir a algún sitio?
Idalia: No tenemos planeado nada. Conforme pase la tarde improvisaremos.
Leonardo: Está bien… Llámame cuando llegues.
Idalia: Te enviaré un WhatsApp, no tengo saldo para tus tonterías.

Leonardo -que no trabajaba ese día- sin dudarlo, fue a recoger a la niña y la llevó a sus determinadas actividades; una vez terminadas fue a por ella y camino a casa Alexandra, que lo sabía todo, intentó abrirle los ojos a su padre mientras le preguntó disimuladamente:

Alexandra: Papá, tu que siempre me has hablado sobre el paraíso, ¿Estás seguro de que eres el único que posee la llave que abre la puerta hacia el de mamá?
Leonardo: Hija, por favor ¿pero qué preguntas son esas? -responde sorprendido- Pues claro que estoy seguro, tu madre nunca le haría una copia de la llave a nadie, ella no es así. Nuestra generación ha acabado con la maldición que le perseguía al apellido Iglesias desde tiempos inmemorables y hay que estar orgullosos de haber callado a todos esos vecinos que pensaban que no duraríamos ni cuatro años, debemos alegrarnos, yo por poseer a una gran esposa y sobre todo tú, por tener a una mejor madre.
Alexandra: Tienes razón papi, no sé en qué estaría pensando… ¿Por qué no adoptamos a un perrito? -cambiaba de tema al fallar su plan viendo lo ciego que estaba, o quería estar-

Mientras todo esto pasaba Idalia se fue a encontrar con Saverio a casa de Isaura pensando que esta estaría trabajando y no se encontraría allí, cosa que para su sorpresa, no fue así. E Isaura, sintiéndose traicionada por su mejor amiga al ocultarle y no contarle lo que estaba pasando con su hermano, la echó de su casa de la peor manera junto a Saverio preguntándole que cómo era capaz de hacerle eso a su marido. Estos, decidieron irse a la pastelería ya que sí iba a estar vacía puesto que Leonardo estaría entretenido con su hija todo el día, mientras que Isaura, sabiendo que marcharían al local de Leonardo, le llamó y le comentó que su mujer le había preparado para esa noche una velada romántica y muy especial por su aniversario en la pastelería; que no le había dicho nada porque iba a ser una sorpresa pero que ella no pudo aguantar en no contárselo. Leonardo era malísimo recordando fechas importantes, y al pensar en lo que le había dicho la mejor amiga de su mujer, decidió ir a buscar un regalo antes de que cerraran las tiendas dejando a su hija al cuidado de Isaura.
Emocionado por la sorpresa que su mujer le había preparado decidió comprarle “el diamante de Taylor Burton”, algo que su mujer siempre quiso pero nunca se pudo permitir. Claramente era una copia debido a que el verdadero era demasiado caro pero Leonardo estaba convencido de que era el auténtico, pagando por él una gran cantidad de dinero sacado de todos los ahorros obtenidos durante el desempeño de su oficio como pastelero. Le habían estafado, pero una vez con su regalo comprado junto a un ramo de rosas se dirigió hacia el local mientras Idalia y Saverio estaban en plena acción. Idalia que reconocía desde a lo lejos el sonido del motor del coche se asustó, pero estaba segura de que no podría ser él hasta que escuchó el sonido realizado por las numerosas llaves chocando entre sí establecidas en el llavero del marido mientras procedía a abrir la puerta. En ese instante, Idalia apartó a Saverio sin alguna delicadeza empujándole hacia detrás del mostrador para que este se escondiera rápidamente cuando de repente el marido entró y se encontró a Idalia que -disimulando su estado de nervios- le preguntó que qué hacía en aquel lugar y dónde había dejado a la niña. A lo que el marido le respondió con una sonrisa malvada: no disimules más, se lo que estás tramando,  ¿dónde está? A Idalia no le quedó más remedio que indignarse para que no notara su nerviosismo y le contestó: ¡¿Dónde está qué o quién?! No sé de qué me hablas. La pregunta es dónde te has dejado a la niña. Leonardo, sacó el ramo de rosas y se lo entregó susurrándole al oído: Feliz aniversario cariño, me he acordado. Venga, no lo escondas más, ¿y la cena? -decía felizmente-. ¿Y la niña, qué has hecho con ella? -insistía la madre-. No te preocupes, la he dejado con tu amiga Isaura -respondía Leonardo mirando a su alrededor para ver si encontraba la cena que le había preparado su mujer-.  ¡¿CON ISAURA, ESTÁS LOCO?! -gritó enervada-. Leonardo se asustó debido al grito inesperado y le contestó: Sí, anda, deja de ocultarlo…Isaura me ha dicho que tú… ¡¿QUE YO QUÉ, QUÉ TE HA DICHO?! -interrumpía la mujer-. ¡¡Pero no me interrumpas!! -continuaba Leonardo- Me ha dicho que estabas preparándome una cena sorpresa por nuestro aniversario en la pastelería y por eso yo… te he comprado esto -decía mientras le daba el regalo-. Mientras tanto Saverio, escondido tras el mostrador, se lucraba gozosamente de la situación que estaba viviendo. La mujer cogía el regalo sorprendida por lo que había ingeniado su mejor amiga en contra de ella para que el marido le pillara “con las manos en la masa”. Sin pensarlo dos veces y al Idalia darse cuenta de que el marido no tenía ni idea de lo que ocultaba, cambió su rostro y perdió todos los nervios que sentía en el momento mostrándole una gran sonrisa al ver el contenido del envoltorio. Leonardo, insistió preguntando que dónde estaba la cena mientras que Idalia, contenta por su regalo, le soltó que tenía pensado llevarle a comer a su restaurante favorito y rápidamente le cambió de tema diciéndole que se acababa de acordar de su canción favorita de la infancia pidiéndole a este que se la cantara para revivir sus recuerdos. Leonardo no estaba seguro de que canción era la que le pedía así que, convencido, le cantó “Mi corazón encantado” de Dragon Ball GT -la canción favorita de la infancia de Leonardo- con la ayuda de la versión karaoke que buscó en YouTube. Mientras todo esto ocurría y en el momento en el que Leonardo estaba concentrado en el estribillo, Idalia le lanzó una señal a Saverio para que saliera corriendo del local, a lo que este salió sin pensarlo dos veces, debido a que si no salía se quedaría encerrado allí toda la noche. Al final, Idalia le llevó al restaurante pero como era de esperar acabó pagando Leonardo ya que ella, no llevaba mucho dinero encima. Más tarde, Idalia que no había aprendido la lección, fue a ver a Isaura para recoger a su hija mientras se regocijaba de que su plan había fallado, y le convenció a su marido para que se hiciera cantante -cual juglar- compaginándolo a su vez con su oficio de pastelero, pudiendo así ella verse todas las veces que quisiera con Saverio puesto que el marido pasaría cada día menos horas en casa. Definitivamente, la generación de Leonardo aún no se había desecho de la maldición que recaía sobre su apellido.
        

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